Se levantaba cada mañana para verle.
Miraba con un suspiro, detrás de una cortina, para que él no pudiera ver su cara.
Contaba los minutos esperando a verle pasar, como cuando eran novios.
Recordaba todos los momentos de amor que vivieron juntos y sentía esa sensación que te conmueve, esa chispa interior que llaman amor, ese impulso magnético que nos atrae.
Sentía mariposas, treinta años después de haberse muerto.
Y es que el amor, como todo lo que se siente dentro, no tiene tiempo.
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