Sintiendo mariposas, por M.C.F.
Estaba allí inmóvil, callada,
sintiendo el rocío de la mañana,
escuchando su interior, su yo más profundo,
su respiración.
¿Cómo  no sentir ese bullicio que ahogaba,
que dejaba quieto al silencio y aún más quietas las palabras?
¡Qué sensación tan extraña!
Extraña porque igual la sentía
cuando de alegría reía o si de pena lloraba.
¿Cómo entender ese roce de miradas,
esas palabras no dichas que en su interior habitaban?
¿Cómo explicar entonces, que se le rompe el alma
con cada situación mal encajada,
o, en cambio, que saltan chispas de colores por su espalda
cuando sucede, cuando se acerca la persona amada?
Que con cada gesto suyo, con cada palabra
la eleva al cielo, cual si flotara,
pues sus pies ya no son pies,
ahora son pequeñas alas
que la transportan a un mundo idealizado
de añoranzas y sueños, de deseos prohibidos,
de anhelos y esperanzas.
Qué inquietud, qué paz; qué fuego, qué escarcha,
qué deseos tan callados, qué sinsabores en voz alta…
Quiere callar, más no puede, su cuerpo la delata:
esa mirada, esos gestos, esa respiración acelerada.
Está feliz y plena de sensaciones encontradas,
y las había sentido, sí, pero no las recordaba
hasta que ha vuelto a suceder,
hasta que ha vuelto a sentirse amada.

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